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Los hombres entraron al cementerio de la iglesia y se pusieron a cavar debajo del altar. Un rato después encontraron los restos de un ser humano mucho más grande que cualquier persona normal. El cráneo atrajo la atención de todos los presentes: era enorme, muy pesado y tenía la superficie ondulada.
Picado por la curiosidad, el sacerdote que supervisaba la exhumación agarró un hacha y la descargó sobre el cráneo con todas sus fuerzas. El hueso no sufrió ningún daño, pero el lugar que recibió el golpe adquirió un inexplicable color blanquecino. ¿Quién yacía bajo el altar de aquel cementerio islandés? Los ancianos de la región decían que ahí estaba enterrado Egill, el feroz poeta vikingo.
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